Deja sus zapatos en el living, el diario tirado y todos sus papeles sobre la mesa del comedor. No, no se trata del niño, el protagonista de esta historia es el hombre de la casa.
Y bueno... Nadie es perfecto. Pero si uno se engancha más de la cuenta con estas actitudes, es probable que no reine la paz en tu casa. Encontes ¿qué tal si aplicamos un poco de la paciencia que cultivamos con los hijos a los maridos? Los mismos valores a los que recurrimos para solucionar los problemas con los niños pueden ser utilizados para no desgastar a la pareja más de la cuenta.
Empecemos por:
Hay hábitos que pueden cambiarse, hay aquellos que no se pueden perdonar y otros, a los que - por el bien común - sería bueno dejar pasar. El caso es que para este ejercicio de convivencia se necesita tolerancia. El clima del hogar se volverá mucho más agradable si aceptamos minimizar los defectos de los esposos.
Entonces, antes de explotar, evaluar la situación. En algunos casos, lo mejor será sonreír y aguantar. Esperar la perfección es un camino para decepcionarse.
Así como a veces permitimos ir un paso atrás para que los niños aprendan de sus errores y lo intenten de nuevo, también es importante dar el espacio necesario para que la pareja crezca y madure.
Diversión y "buena onda":
No hay mejor manera para suavizar los golpes de la vida adulta. Las parejas exitosas por lo general se ríen juntos para liberarse un poco de la seriedad de la vida y las obligaciones cotidianas.
¿Sí jugamos con los niños cuando nadie nos ve por qué no podemos hacerlo también con nuestros maridos? Permitirse la broma, el juego y disfrutarse el uno al otro puede ser muy sano para la relación.
En la medida en que nos damos cuenta de que los niños necesitan que se les valore sus buenas acciones mientras van aprendiendo, saber valorar y reconocer los valores de los maridos, brinda confianza y muestra amor.
Es importante comenzar a valorar los comportamientos de todos los días para así motivar la relación. Por ejemplo: “Me encantó que me ayudes con el niño mientras yo preparaba la cena”.
Al atender las necesidades de los más pequeños, automáticamente se aprende sobre la empatía.
Entender qué es lo que quiere decir un niño de un año que llora y patalea es difícil. Pero, se transforma en un ejercicio excelso aplicable para toda la familia. Saber ponerse en el lugar del otro, ayuda a comprender por lo que el otro está transitando. Muchas veces, los niños no saben cómo decir las cosas, pero los grandes, también se acorazan y ocultan sus sentimientos. En síntesis, la comunicación no verbal existe y es importante.
Como madre una aprende que el niño cambia constantemente a medida que crece y que es necesario adaptarse a ello.
Lo mismo sucede con la pareja, reflexionar y adaptarse al cambio es esencial para sostener la relación. Se necesita energía, buena predisposición y, por sobretodo, paciencia.
Los niños enseñan a sus padres la habilidad para controlar sus acciones. Cuando los hijos se comportan mal, ellos deben morderse la lengua y seguir la corriente para no perder la cabeza. Esa misma cualidad de auto-control se puede aplicar a la relación para fortalecerla.
Cuando una pareja se transforma en padres, se maravillan por la persona que han creado. La paternidad une a la pareja fuertemente ante un proyecto en común.
En muchas relaciones tener un hijo es el primer momento en que la pareja comienza a hablar sobre valores y creencias para conectarse realmente.
Para algunos es como una maduración instantánea cuando comprenden que ya no se trata sólo de atender las necesidades propias.
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